sábado, 23 de junio de 2012

Crónica del fin del Erasmus - II

Antes de empezar la crónica, una pregunta que me hice a mí mismo esta mañana. ¿Quién me iba a decir que acabaría prefiriendo desayunar un tomate en lugar de un bol de cereales con leche bien fría? Putos desayunos turcos que te cambian costumbres de toda una vida...

Empezamos.

>>Y así, el bus de Kamil Koç acabó llegando, se dieron los últimos abrazos y cada uno fue entrando poco a poco en el vehículo. Chema, Clara, Álvaro, Maite, Elena y yo les echamos el último vistazo al grupito que nos fue a despedir y el autobús arrancó. A muchos los veríamos en un par de semanas, en otros casos, pasarían unos meses para que se diese el reencuentro. En unos pocos, el asunto se veía bastante jodido.

Nosotros nos sentamos y muchos lloraron. Elena, que odiaba hacerlo, acabó soltando, cabreada, el comentario de la noche: "Y encima no puedo llevarme al puto conejo".
Y es que Iberia, por desgracia, parecía morirse de ganas por gritarle a la cara -a la manera gandalfiana- aquello de "No puedes pasar", al pobre Patso. Y la pobre se lo tuvo que regalar a una chica turca. Solo espero que esa mujer lo trate bien. Nunca un animal me enterneció tanto con sus caquitas.

Poco a poco, cada uno fue dejando de llorar, pero todos seguimos callados, cada cual pensando en sus cosas y con la mirada perdida. Para los que vayan un poco adelantados con el libro, en alguna parte leerán una idea que le robé a Pérez-Reverte, la de la incertidumbre del territorio: no darte cuenta de que viajas, porque lo haces demasiado rápido.
En el asiento de aquel autobús empecé a pensar que lo que yo sentía era incertidumbre del final: no darme cuenta de que me iba. Tal vez porque llevo toda mi vida viviendo a caballo entre Galicia y Las Palmas, y me he acostumbrado a las despedidas. Ahora sospecho que porque no quería hacerme a la idea.

Después, las risas y las bromas volvieron entre nosotros, y a la media hora cada uno estaba a lo suyo: música, libros o reflexionar sobre la quintaesencia humana mirando por la ventana. Acabamos llegando a Estambul sin haber conseguido dormir más de una hora seguida. En la estación, solo tuvimos que caminar unos pocos metros para alcanzar el transporte que nos llevaría al aeropuerto, que resultó ser un ridículo bus en miniatura. 
Yo estudié la situación, que se me antojó como un problema matemático. 
Yendo el vehículo prácticamente lleno y careciendo de maletero, a 6 personas que todavía debíamos entrar, con 2 maletas XXL cada uno, más una mochila de mano, ¿a qué velocidad se chocarán la estupidez del conductor con la realidad?
Pero tuve que hacer alguna suma mal u olvidarme de algún cero, porque el conductor demostró un envidiable manejo de la vision tridimensional y el almacenaje de  maletas. Posiblemente debido a las interminables horas que dedicó a jugar al tetris, en lugar de estudiar el puto bachillerato y trabajar en algo más de provecho para la humanidad.

Para mi desgracia, no contaba con que el chófer en cuestión tendría poderes telepáticos, y habiendo escuchado estos pensamientos en mi cabeza, se vengó a su manera. Me dejó de pie, obligándome a agarrarme a barras de metal que sobresalían (sin ningún sentido) del interior del autobús. Y así, con el culo bien apretado, tragando saliva, y con mi maleta moviéndose violentamente de un lado para otro, el conductor puso una canción y empezó su huida imaginaria de la policía estambulita. ¿Que cuál era la canción?

Un video vale más que mil palabras.



Y en vista de que la entrada me ha quedado más larga de lo que pensaba, dejaremos lo del Duty Free: puedes entrar, pero no salir para cuando vuelva de San Juán.

jueves, 21 de junio de 2012

Crónica del fin del Erasmus - I

Al final se acabó todo. Tecleo esto desde la casa de mis abuelos. Mis padres, que se han pasado todo el año echándose las manos a la cabeza (siempre con indignación fingida pero algo real, aún así), ahora están recorriéndose el sur de España en moto. Mi hermana no viene hasta dentro de dos semanas y se dedicará a quemar sistemáticamente todas y cada una de las discotecas de Las Palmas antes de venir aquí (y no quiero ni pensar qué puede llegar a hacer una chica de 18 añitos, con novio y con una casa para ella sola). Así que yo he dedicado mi primer día en menesteres tales como ordenar mi habitación de la casa del pueblo hasta hacerla habitable y estudiar unos apuntes que dicen nosequé de que Shakespeare fue un periodista del copón. Todo eso amenizado con la vida típica y hogareña de un pequeño pueblo de una aldea de las Rías Bajas gallegas. Esto, recordando que dos días antes estaba paseando por Éfeso, es como para pegarse un tiro, oigan.

Pero me lío. Quería relatar la vuelta en sí. En su principio me resistía. Pero si este es un blog sobre el Erasmus, creo que el Erasmus no se acaba solo con la vuelta al país de origen, sino con el paso de los días, y con él, el paso de página, que pienso que llegará cuando se deje a un lado la "depresión post-erasmus", que espero que solo sea una exageración del tremendo aburrimiento que sientes al volver.

Las circunstancias en las que amanecí mi último en Eskisehir son bizarras, y solo la conocen un par de personas y un gato que se hizo el muerto al verme salir de una habitación que no era la mía. Creo que, por la salud psicológica de todos los queridos lectores, lo mejor será pasar por alto esta historia en particular. Al menos no desperté en un descampado, aunque la intención estaba ahí, como recordarán los lectores más afines a este sitio. 
Por fortuna, ninguna parte de mi anatomía resultó dañada esta vez, como ha venido pasando las últimas noches. De haber estado un par de semanas más en Turquía liándola parda por las noches, habría tenido que volver a España en silla de ruedas, o peor.

El caso. Las despedidas y los hastaluegos casi parecieron un drama. Ojos rojos y lagrimitas muy mal escondidas, y yo solo tenía ganas de hacer la de Son Goku y aparecer de repente en España. Aunque reconozco que el catalizador de todo el asunto fue la pobre Özlem, que se despedía del bueno de Álvaro, y a uno le era imposible no sentir como se le partía un poco el corazón al ver las lágrimas de la pareja. Y sobre todo a Álvaro. Nunca le vi al chico otra cosa que no fuera una sonrisa en su cara. Y aunque seguía sonriendo, aquella noche la lagrimita, como diría él, estaba ahí.

Hasta aquí la primera parte. Mañana acción trepidante con Need for speed: Estambul drift y Duty Free: puedes entrar pero no salir.

lunes, 18 de junio de 2012

Muchas gracias a todos

Se ha ido Xito, se han ido Alba, Ana y Mireia, se nos ha marchado Andrea, a Barbara ya no la veré porque está de viaje, y yo me voy pasado mañana.
Esto se acaba. Cuando firmé en el papelito del Erasmus, sabía que se terminaría, aunque nunca me lo creí demasiado. Y ahora estoy tecleando esto, a menos de 48 horas de dejar Turquía. Y aún sigo sin creerme que me iré.
En las despedidas la gente siempre se pone a llorar, por el cariño y la tristeza de ver a los amigos yéndose. Yo, personalmente, quiero evitar este bajón. Prefiero descojonarme y abrazar a mis amigos una última vez con una sonrisa. Así que pretendo irme por la puerta grande. Esta noche me compraré mi última botella de VoTka (así, con T, un vodka especialmente diseñado para que los hepatólogos turcos vean crecer sus cuentas corrientes hasta lo obsceno), y lo que pase a partir de entonces solo puedo decir que ya lo juzgará quien crea oportuno.

Muchas gracias a todos.

miércoles, 6 de junio de 2012

Simona

Hoy, a las 7 y media de la madrugada (entiéndanme ustedes, queridos lectores, para un Erasmus esa hora es la madrugada más absoluta que existe), Venus pasó sobre el Sol. Por lo visto era un acontecimiento cósmico del copón y que no volvería a pasar hasta dentro de 115 años. En un blog que leo mientras cago no tengo nada que hacer, leí que sería como una piedra de LSD sobre el Sol. Ante esto (y a pesar de saber los gustos por las drogas duras del autor de la página), pensé que no estaría mal ver el acontecimiento. ¿Porqué no dejar que los rayos de luz me violen las retinas para poder ver un punto negro durante unos segundos sobre nuestra estrella particular? En su momento me pareció una buena idea. 
Todo esto viene al caso de que seguimos con los agradecimientos. Ahora le toca el turno a la buena de Simona Serra, la italiana pizpireta y que habla sin parar si la dejas.
La sarda en cuestión contactó conmigo a horas intempestuosas en la noche, mientras yo hacía cierta travesura que está ahora mismo en proceso, pero que no viene al caso. Aún. 
Simona (o Simo, como la llamamos sus amigos) me habló del evento y me preguntó si quería acompañarla. Tomaríamos una cerveza mientras veíamos el asunto y pasaríamos un buen rato. Me parecía un plan excelente.
A las 6 y media ya estábamos ambos paseando por las calles, de camino al descampado que hay frente a la entrada de la universidad. Nos sentamos, abrimos las latas y miramos al cielo, esperando extasiados el ballet cósmico y demás. Pero no contábamos con las nubes.
Al final no pudimos ver nada, y como no parecía que ese puntito negro infame se daría por aludido y ofrecería su performance particular, acabamos hablando de nuestras cosas. De amigos en común, de que esto se está acabando y de qué felices hemos sido en esta ciudad, en este país, con esta gente, aunque parezca mentira. De que nunca volveremos a vivir algo así. De que posiblemente seamos igual de felices después de esto. Pero nunca de la misma manera. 
Supongo que abandonamos lo celestial por algo más terrenal. 
Llegó un momento en esa mañana que nos pusimos a intentar acordarnos de cuándo nos conocimos. Le dije que mi primer recuerdo de ella fue en la oficina de estudiantes de la facultad de Comunicación (hace ya 9 meses, joder), cuando yo tenía que apuntarme a una asignatura más o no me llegarían los créditos. Ella apareció de repente y me dijo que me apuntase a Actividades Culturales. Era fácil dijo. Me metí pensando que no perdería nada, sin saber que acabaría suspendiendo esa clase 4 meses después.
-¿En serio? -dijo ella en inglés después- No me acuerdo de eso.
Y entonces me dijo que su primer recuerdo de ambos fue una noche de Octubre, saliendo unos cuantos Erasmus de una discoteca a las tantas algo más ciegos de la cuenta, y que los dos nos pusimos a cantar como si no hubiera mañana el Nessun dorma y el Parlami d'amore Mariú.
-Y luego te pusiste a bailar ballet en medio de la calle. -Concluyó con una risotada.
-Mierda -susurré riéndome-. Es verdad. Lo había olvidado.
Y normal que lo hubiese olvidado. Por lo visto una Erasmus nos grabó esa noche. Espero que ese vídeo traidor no salga nunca a la luz.

A Simona le agradezco sus conversaciones sobre política, sus risotadas y fiestas, sus "bastardo" y sus "you are such a bitch" (que espero de todo corazón que me los diga de coña), sus consejos y sus manos en el hombro, que siempre han sido recíprocos llegado el caso. Que me abriese su corazón y me contase ciertos secretos, porque creyó que yo era una persona en la que podía confiar. Que me enseñase a ser mejor persona, en realidad.

Nos vemos en Roma, bitch.







Elena y Xito. Xito y Elena.

Cuando volví a retomar el blog escribí algo así como que (y perdonen la pedantería de que me cite a mí mismo y que lo haga inexactamente) quería agradecerle a ciertas personas lo que ahora soy y lo que me han enseñado.
Eso era, de verdad de la buena, lo que sentía en su momento, pero en cuanto le di al botón de publicar me flaquearon un poco los dedos sobre el teclado. Durante la última semana he estado yéndome por las ramas más de la cuenta y haciéndome el loco. Era más fácil decirlo que hacerlo, y además tenía cierta reticencia, porque sospechaba que podía liarla muy parda llegado el momento (más, si cabe), porque aún no he hecho las paces con ciertas personas ni con su recuerdo. Pero hoy se publicó un vídeo, y eso me ha dado el empujoncito que necesitaba para, al menos, hablarles de Elena y de Xito.
Para los que están leyendo mi relatillo del Erasmus, en algún momento (y el prólogo infame no cuenta) acabarán llegando a la parte donde salen esta parejita. Quizás hablé en él menos de lo que quería sobre Xito y más de lo que tenía pensado de Elena. A lo mejor esto es caer un poco en la redundancia, pero al fin y al cabo el blog es mío y me lo follo cuando quiero escribo en él lo que quiera.

No creo que nadie me tome por un idiota si digo que son la pareja más entrañable que se ha visto en la ciudad este año. Los jugueteos y las bromas que se gastan el uno a la otra y el beso de reconciliación final que siempre se acaban dando consiguen que acabe sacando una sonrisilla feliz, y la verdad es que da gloria bendita solo de verles. 

Ya no digamos cuando alguno de ellos dos dice eso de "No. Nosotros no follamos: hacemos el amor". Viniendo de ellos dos, si eso no es enternecedor, no sé que puede serlo.

Luego en el piso se den ciertas situaciones que son mejor no sacar a la luz, y que deseo con toda intensidad borrar de mi cabeza, para horror mío y risa sarcástica de ellos (especialmente de la capulla desmemoriada de la Elenitis aguda).

Llegó un momento en el que los dos decidieron vivir juntos en la práctica, y la mayor parte del tiempo era en nuestro piso, me parece recordar. Así que, sin saber muy bien cómo (y todo empezó como una broma), los tres acabamos pareciéndonos a Lily, Marshal y Ted, de la serie Cómo conocí a vuestra madre. La parejita y el sujetavelas el compañero de piso.

Lo que les quiero agradecer a estas dos personas son ciertas risas compartidas, ciertas conversaciones en la cocina o en nuestras respectivas habitaciones, cierta portada y página de agradecimientos, ciertos abrazos que nos hemos dado cuando alguno lo necesitaba, cajetillas y cajetillas de cigarrillos gratis, recetas gastronómicas y kilos de comida gratis que me han dado sin esperar nada a cambio y gracias a los cuales no he muerto de inanición. Y también que he aprendido de ellos más que en todos los años que llevo de carrera sobre cine y vídeos, anatomía y fisiología femenina y oratoria para borregos.

¿Y qué quieren que les diga? El vídeo que viene a continuación es una de las cosas más bonitas que he visto. Sé que la frase es un poco ñoña, pero es sencilla y directa.
Es una de las cosas más bonitas que he visto.
Pues eso. Xito, Elena. Elena, Xito. Ted Mosby les desea lo mejor. Nos vemos al otro lado del pasillo.


Con cameo especial de mi mochila

martes, 5 de junio de 2012

I want to have a life

Un pequeño corto hecho por Juan, un chaval de Gandía (que hay que ver las cosas que hacen estos tipos con una cámara). Quiero tener una vida, dice su título traducido del inglés. Para los lectores más asiduos a este sitio, supongo que ya sabrán mi opinión sobre el tema. Pero no daré un sermón innecesario. Disfruten del vídeo.

sábado, 2 de junio de 2012

El aḏān

Después de lo que sospecho que ha sido justicia kármica me haya abofeteado irónicamente hace escasa media hora, me encontraba volviendo al piso sin pensar demasiado en nada en especial cuando el primer canto del aḏān me sorprendió en la calle. Y como de esta noche pensaba hacer algo productivo con mi vida (aunque tenía otra cosa en mente por lo de productivo), la tentativa de una breve reflexión sobre el tema no me pareció tan mala opción.
Me gusta, a su manera, que la llamada al rezo en la religión musulmana sea cantada. En cierto sentido porque si uno escucha con atención, los gritos del almuédano de la mezquita son bastante tristes, o melancólicos si se prefiere. Pero también son más humanos que las campanas de las iglesias cristianas.
En cuanto al asunto de la tristeza, quizás sea solamente yo, pero después de este año he llegado a pensar que en Turquía existe cierta devoción por el hecho de sentirse triste. Uno lo intuye por ejemplo si escucha la música nacional, tanto la tradicional como la más comercial. Hay una pasión evidente por cantar sobre corazones rotos, pérdidas personales o desengaños. Y por lo visto es típico meterse entre pecho y espalda litros de raki cuando se está despechado mientras se escucha alguna de estas canciones, maldiciendo y demás. Ya se pueden imaginar la escena. En general esto me resulta un tanto patético, aunque no creo que yo sea nadie para decir nada. Aquí cada uno pasa página -si se quiere decir así- como puede.
En lo tocante a lo humano, solo hablo desde mi experiencia más personal, porque hasta ahora no he visto ninguna otra cosa y no he estado en ningún otro templo que no sea cristiano o musulmán. Las campanas son totalmente apersonales y suenan casi a un mandato frío y mecánico. El aḏān es totalmente pasional. Es lo más representativo que hay en el concepto de ser musulmán, que literalmente significa ser siervo de Ala. No siervo en el sentido más peyorativo de la palabra, la sumisión (que también): me refiero al amor platónico hacia su Señor particular. Es casi como si los católicos españoles decidiesen eliminar las campanadas y sustituirlas por ciertos versos de Santa Teresa de Jesús (específicamente los que hablan sobre el dolor de corazón, que efectivamente padeció al tener una enfermedad coronaria) o de Fray Luis de León. 
Son palabras de amor al fin y al cabo, tristes, pero palabras. No son golpes contra el metal duro y frío.